Había una vez un país cuyos habitantes tenían durante décadas y décadas unos gobernantes, elegidos por esos mismos ciudadanos una y otra vez, que se dedicaban al arte de los guiñoles. Manipulaban, junto a los medios de comunicación, a cada uno de los habitantes de ese país, les pedían que se sacrificaran en sus gastos domésticos, que vivieran como pudieran porque vendrían momentos mejores que nunca llegaban. Querían salir de ese tipo de vida y siempre vivían con la esperanza de vivir "en proceso de salir de la crisis".
Los pobladores de ese país aun así intentaban vivir lo mejor posible sin mirarse al ombligo y pensando que vivían en el mejor lugar del mundo posible pues creían que eran los mejores del mundo en todo, aunque a veces veían que en colegios, hospitales, servicios comunes, calidad de vida etc. había otros pobladores de otros territorios que les aventajaban con mucha diferencia.
Dentro de ese país había bastantes diferencias lo que propiciaba un malestar continuo entre unos y otros, algunos incluso querían separarse del resto y vivir la vida a su manera; mientras que por otras zonas, algunos lugareños de otras naciones que vivían bastante peor, querían entrar a toda costa allí.
Pero a los habitantes de este país en cuestión, se les ocurrió poner vallas para que nadie se saltara las normas...
Un día una avalancha de extranjeros decidieron entrar fuera como fuera. La educación y la clase de este país salió a relucir cuando sus fuerzas de seguridad comenzaron a disparar a los extranjeros en plena situación de "agonía".
Durante algunos años, la valla fue un obstáculo casi imposible de superar, pero ahora incluso se cuestiona su utilidad, ya que se ha llegado a plantear que ayuda a los inmigrantes a impulsarse y poder acceder al nuevo territorio. En su día, la empresa instaladora hizo pruebas con alpinistas para comprobar la seguridad del sistema. Se tardaba entonces en superar todos los obstáculos alrededor de quince minutos, un tiempo que actualmente se ha reducido a escasos segundos.
No había problema para el derroche económico con tal de que se salvaguardara el acceso. El perímetro, además de por agentes del instituto armado, estaba custodiado por 42 cámaras, entre las que había algunas térmicas para distinguir a los inmigrantes por el calor de su cuerpo, y también otras cámaras tipo domo, que permiten un ángulo de visión total porque giran 360 grados y pueden ser teledirigidas por los agentes. A pesar de que los medios son cada vez más avanzados, la inmigración consigue adaptarse a ellos y busca cada vez nuevas fórmulas para conseguir dar el salto a una frontera que tiene la mayor diferencia de renta per cápita del mundo. Y es que los inmigrantes saben que saltar la valla es conseguir entrar en el nuevo territorio y dejar atrás, sin salir de su continente, una vida que decidieron abandonar por el anhelo de conseguir otra mejor. No obstante, dar ese salto en muchos casos no supone alcanzar ese sueño, porque, posiblemente, muchos de ellos serán repatriados nuevamente a sus países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario