Socialmente aceptado, el éxito muchas veces es la mayor meta personal que nos ponemos en un trabajo. Y aunque no tiene nada de mala esa ambición, el problema es cuando el éxito se transforma en nuestra única motivación llegando a convertirse en una patología.
Dejamos de lado emociones, calidad de vida y otros aspectos de nosotros mismos de lado, sólo por lograr el mayor éxito posible. Nos quedamos trabajando hasta más tarde o nos importa demasiado cómo nos valora el resto, cómo nos ven y consideran.
La felicidad y el éxito entran en conflicto cuando la aspiración de lograr reconocimiento a toda costa se convierte en una patología, aunque estos dos no sean incompatibles, es sólo uno el que prima. Muchas veces detrás de esa búsqueda excesiva y casi irracional de éxito, hay ciertos sentimientos ocultos a los que hay que poner atención:
1. Profundo miedo al fracaso: La motivación es “llegar a ser alguien” y para lograr ese objetivo están dispuestos a todo. Muchas veces se vuelven adictos al trabajo y pueden incluso llegar a sentirse culpables si no están haciendo algo productivo.
2. Siempre disponibles para jefes y clientes: Muchas veces dejan de lado a familiares y amigos por atender el teléfono un fin de semana e incuso trabajar en los días de descanso. La vida es una carrera, pero les preocupa tanto ganar, que no disfrutan del camino.
3. Miedo a ser invisibles: Como dice el artículo de El País, creen que “si no brillan, sobresalen o destacan, serán invisibles a los ojos de la gente y, en consecuencia, indignos de reconocimiento”. Lo peor es que muchos llegan a alcanzar el éxito, pero la sensación de vacío es insoportable. “Una vez conquistado el mundo se dan cuenta de que por el camino se han perdido a sí mismos”.
4. Es importante reconocerse a uno mismo: Muchas veces esta búsqueda de éxito delata una falta de autoestima. Lo primero es valorarse a uno mismo por la persona que es y no obsesionarse por el reconocimiento ajeno.
5. “El mayor triunfo es ser uno mismo”: Si es que estamos por el mal camino al éxito, es importante replantearse las prioridades, y si nos cuesta saber cómo, podemos seguir las enseñanzas de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence nunca del adulto que eres”.
Dejamos de lado emociones, calidad de vida y otros aspectos de nosotros mismos de lado, sólo por lograr el mayor éxito posible. Nos quedamos trabajando hasta más tarde o nos importa demasiado cómo nos valora el resto, cómo nos ven y consideran.
La felicidad y el éxito entran en conflicto cuando la aspiración de lograr reconocimiento a toda costa se convierte en una patología, aunque estos dos no sean incompatibles, es sólo uno el que prima. Muchas veces detrás de esa búsqueda excesiva y casi irracional de éxito, hay ciertos sentimientos ocultos a los que hay que poner atención:
1. Profundo miedo al fracaso: La motivación es “llegar a ser alguien” y para lograr ese objetivo están dispuestos a todo. Muchas veces se vuelven adictos al trabajo y pueden incluso llegar a sentirse culpables si no están haciendo algo productivo.
2. Siempre disponibles para jefes y clientes: Muchas veces dejan de lado a familiares y amigos por atender el teléfono un fin de semana e incuso trabajar en los días de descanso. La vida es una carrera, pero les preocupa tanto ganar, que no disfrutan del camino.
3. Miedo a ser invisibles: Como dice el artículo de El País, creen que “si no brillan, sobresalen o destacan, serán invisibles a los ojos de la gente y, en consecuencia, indignos de reconocimiento”. Lo peor es que muchos llegan a alcanzar el éxito, pero la sensación de vacío es insoportable. “Una vez conquistado el mundo se dan cuenta de que por el camino se han perdido a sí mismos”.
4. Es importante reconocerse a uno mismo: Muchas veces esta búsqueda de éxito delata una falta de autoestima. Lo primero es valorarse a uno mismo por la persona que es y no obsesionarse por el reconocimiento ajeno.
5. “El mayor triunfo es ser uno mismo”: Si es que estamos por el mal camino al éxito, es importante replantearse las prioridades, y si nos cuesta saber cómo, podemos seguir las enseñanzas de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence nunca del adulto que eres”.
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