Muchos caemos una y otra vez y padecemos, a veces sin darnos
cuenta, (yo el primero) el Síndrome de
Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar
sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. También cuando
nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la
mayoría. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso e
incluso triunfar por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a
los demás.
Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico
atroz a hablar en público, pues nos convertimos en el centro de atención. Y al
exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de
nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.
Este Síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro
de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima
y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas
depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una
verdad incomoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se
tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en
un plano mas profundo esta mal visto que nos vayan bien las cosas. Y mas ahora,
en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de
ciudadanos.
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan
escurridizo como letal, que no sólo nos enferma, sino que paraliza el progreso
de la sociedad: la envidia.
Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos
de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, éstas actúan como un espejo
donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo,
reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos
canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso
que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos
para criticar a alguien.
1 comentario:
Si alguien es mejor que tú, pues alegrate por él o ignorale, pero no te hagas daño con ese sentimiento tan inútil que es la envidia.
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