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(Leído en redes sociales)

lunes, 6 de agosto de 2012

HISTORIAS OLÍMPICAS: "La aventura de Nadia Comanecci"



La pequeña Nadia con tan sólo seis añitos no paraba de saltar, dar volteretas y mostrar un tobillo de una elasticidad espectacular, tuvo una infancia perfectamente normal hasta esa edad, hasta el día en que jugaba a ser gimnasta en el patio del colegio y, por obra de la casualidad, fue vista por Bela Karoloyi, aquel entrenador que para fichar tenía un colmillo vampírico. Nadia fue reclutada y comenzó a llevar una vida de mujer adulta de seis años que entrenaba todo el día y que, cuando hacía bien las cosas, recibía de su entrenador el regalo de una muñeca. En 1976, cuando era una mujer madura de 14 que ya había cosechado algunas medallas de oro y 200 muñecas regaladas, llegó a los Juegos Olímpicos de Montreal y no sólo destronó a la reina Olga Korbut, también se convirtió en la primera mujer que obtuvo un 10 en las barras asimétricas, y después repitió seis veces la misma hazaña del 10. En aquellos Juegos Olímpicos cosechó cinco medallas (tres de oro, una de plata y una de bronce) y el corazón de todos los niños que rondaban su avanzada edad. Su encanto era de otro mundo, venía de Rumania, un país lejano y misterioso y de pronto llegaba ella, una princesa compacta rematada por una cola de caballo que se movía por los aparatos con una destreza sobrenatural. "Desde un punto de vista biomecánico lo que hace Nadia es muy difícil de conseguir", dijo Josef Goehler, un célebre crítico de esta disciplina. Además de su insólita biomecánica, Nadia terminaba siempre sus rutinas echada para adelante, con una sonrisa lavada por las nieves de los Cárpatos y los ojos triunfales y sumidos en un par de ojeras transilvánicas que quitaban el aliento y el sueño. Desde luego entonces nada se sabía de las perradas que le hacían el bruto y su padre. En 1980, ya con más años y más kilos, compitió en Moscú, y a pesar de que el tirano la había machacado, consiguió cuatro medallas (dos de oro y dos de plata). El tiempo pasó...







Huyendo de la mano dura del dictador Nicolae Ceausescu, Nadia Comaneci escapó de Rumania la mañana del 29 de noviembre de 1989. Caminó durante toda la noche por el bosque, siguiendo los pasos de un mercenario que la llevaba, manchada de lodo hasta la coronilla, por un trayecto helado, salvaje y pantanoso. En cuanto puso los pies en Hungría fue subida a un todoterreno que la llevó hasta un aeropuerto austriaco, y ahí cogió un avión rumbo a Estados Unidos donde empezó un exilio indiscreto jaleado por la prensa y los medios de comunicación. Un exilio tormentoso que ella soportaba con entereza pues acababa de salir del tormento real que era su vida de gimnasta en el país de Ceausescu.

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