El ser humano necesita del ritmo. Pero de entre todos los tipos de ritmos, el más influyente en su vida es el llamado ritmo circadiano, es decir, su reloj biológico que dicta cuándo dormir, cuándo despertarse, incluso cuándo comer. Por ello, ir en contra del reloj biológico facilita la aparición de la obesidad y de otras muchas patologías. Y aunque nos tildamos a nosotros mismos como animales de costumbres, esas costumbres no son más que simple superviviencia de nuestro instinto. Colocarse en el mismo sitio, dormir en la misma posición, conducir de una misma forma siempre y realizando los mismos recorridos diarios, no son otra cosa que la rutina llevada a la prevención. Cuando se nos altera el sueño, las horas lógicas de comida, el organismo sufre una alteración de la que tarda en recuperarse, por eso, esos días de cambio de hora, son extraños y aunque no lo parezca, el organismo necesita de más de tres días para acabar de adaptarse. Como muestra un botón en un viaje con un Jet-Lag muy pronunciado. Los ritmos circadianos pueden alterarse. Esto ocurre cuando el ritmo que conduce el sueño y la vigilia se desincroniza en relación a los tiempos deseados de sueño y vigilia.
Yo he tenido la suerte de que siempre he tenido un trabajo que no necesita adaptación a este tipo de problema, pero siempre me he preguntado la dificultad de adaptación contínua y, además, muy rápida por parte de los trabajadores a turnos. Pensando esto y relacionándolo con el tema del ritmo circadiano, me doy cuenta de la importancia tan grande de algo como la luz natural por eso de lo sincronizada que esté mi vida con los diferentes periodos del día determinará mi bienestar físico y emocional. Es momento de comprender que el día -entendido como el periodo comprendido entre en el amanecer y el anochecer- es adecuado para ciertas actividades, del mismo modo que la noche lo es para otras. Prácticamente todas nuestras funciones metabólicas están influenciadas directa o indirectamente por la presencia o la ausencia de luz, el día y la noche.
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