Podíamos considerarlos polos totalmente opuestos, pero con desequilibrios que rozan lo humillante, a tenor de agravios comparativos más que palpables. Algunos pueden decirlo con total seguridad en sus palabras, otros quizá solamente intuyéndolo: “Vivimos rodeados de gente con talento”. Sin embargo, no son tantos los que haciendo uso de su inteligencia, su esfuerzo, sacrificio, también bondad y humildad, llegan lejos, consiguen causar la admiración de quienes comparten su entorno y generan esperanza a otros que saben que respondiendo a esos pequeños requisitos pueden alcanzar sus sueños. También los hay que, aún esforzándose al 200% de sus posibilidades, sacrificando todo en cuanto esté en su mano, siendo generosos, humildes e inteligentes, no consiguen llegar a la meta soñada. Triunfadores o no, el hecho es que vivimos rodeados de gente con talento, aunque conozcamos solamente a unos pocos.
La gente con talento se ve tristemente ensombrecida por los vendedores de humo. Y aunque hay muchos menos vendedores de humo, en apariencia son el triple que la gente con talento. Lo peor es aquéllos llegan a vender el humo de forma tan ‘talentosa’ que sin quererlo los confundimos con estos.
La crisis, además, ha propiciado que los vendedores de humo den clases a gente con talento y que algunas personas que pretendían seguir la estela de la gente con talento se conviertan de la noche a la mañana en vendedores de humo.
En un contexto en el que científicos, médicos, arquitectos, obreros, mecánicos, electricistas, profesores o taxistas ven eliminadas sus perspectivas laborales, no es de recibo que los vendedores de humo estén enriqueciéndose. Porque lo hacen a costa de mentiras, a costa de engañar al vulnerable, al ignorante o al confiado. Y porque será tarde cuando el consumidor, la víctima, vaya a hincar el diente en su trocito de humo recién adquirido y no encuentre más alimento que el simple vacío y la terrible pesadumbre del estafado.
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