Jamás deberíamos estar en contra del avance de la Ciencia. Y mucho menos si gracias a ella se han logrado grandes avances en industria, en comercio, en el propio conocimiento, en el combate a las enfermedades o en la comunicación en todas sus formas.
A todos nos gusta la comodidad en el hogar, en la escuela y el trabajo. Sin embargo, la tecnología que debería abonar al bienestar y la unidad familiar, hoy se está convirtiendo en un problema social a gran escala. El siglo pasado ya nos advertía Albert Einstein "La penetrante investigación y el sutil trabajo científico han aportado a menudo trágicas complicaciones a la humanidad" "Temo el día en que la tecnología, sobrepase nuestra humanidad" Hoy, ya afrontamos las consecuencias.
Los padres se han preocupado más por adquirir para sus hijos, los más novedosos videojuegos y equipos tecnológicos de comunicación, en vez de brindarles una formación integra de calidad. Se les deja a merced del internet, los móviles, IPad, iPod, sin antes educarlos en el uso adecuado.
Todos éstos podrían ser de gran utilidad, si su uso fuera el correcto.
Gran parte de la infanciay la juventud ya están padeciendo problemas de rendimiento escolar. Los psiquiatras sostienen que la adicción al teléfono móvil, es un desorden obsesivo-compulsivo que podría convertirse en una de las adicciones más importantes del siglo XXI.
El problema no son las nuevas tecnologías, sino la falta de control y su mal uso…un niño de 8 o 9 años no debe tener móvil, salvo por una necesidad concreta. El móvil no está recomendado en menores de 12 años y, desde luego, los colegios deberían prohibirlos. Sin duda para ir erradicando el problema, son los padres quienes deben de poner límites.
Es muy fácil ver a familias enteras en los parques, restaurantes, coches o en sus casas, cada uno concentrado en su móvil o tablet. Si de vez en cuando cruzan alguna palabra o frase, lo hacen de mal humor y con frases cortantes que dañan en mucho la convivencia familiar.
La tecnología nos esta deshumanizado, nos está aislando de manera de alarmante, y no porque sea mala. Hemos llegado a ella, sin la instrucción necesaria para hacerla un instrumento útil y lo más fácil ha sido convertirla en una adicción que azota sin piedad la integración familiar y las relaciones sociales.
En 2011 Francesc Pedró, en El País, explicaba que en educación existen dos puntos de vista extremos con respecto al uso de la tecnología. Por una parte, están sus defensores a ultranza, a quienes se ha dado en llamar evangelistas, y que recuerdan que una integración óptima de la tecnología permitiría cambiar el paradigma de la educación escolar, centrándolo mucho más en la actividad del alumno. Por otra parte, también hay voces que sostienen que la tecnología no es ni más ni menos que una fuente de entretenimiento que no hace más que distraer a los alumnos, y a sus docentes, de lo sustancial: aprender cosas serias.
Puede que la tan deseable revolución en el paradigma de la educación escolar todavía tarde en llegar, pero la escuela y muchos docentes, lo mismo que los alumnos, se están moviendo: han depositado su confianza en unas soluciones tecnológicas que les permiten trabajar de forma más eficiente. Y, en el caso docente, este trabajo consiste hoy en buscar fórmulas que permitan que los alumnos aprendan más, mejor y, probablemente, distinto.
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