La disquisición moral acerca de si alguien que siente y
tiene cuerpo de hombre se le puede considerar humano llega a esta película
(1999) de Robin Williams con una historia entretenida pero que al final se hace
algo "eterna" que da vida a la obra literaria con el mismo nombre de
Isaac Asimov.
Entre eternidad o mortalidad debe elegir el protagonista y
parece que la mortalidad humana le gana a la mortalidad androide.
Pero la clave antropológica de la película aparece cuando
nos preguntamos: ¿Qué es lo que nos
define como humanos? Interesante cuestión que se debate con delicadeza, ternura y
profundidad en un drama desbordante de matices.
"El hombre
bicentenario" es un espectáculo visual impresionante, un regalo para los
oídos con su maravillosa banda sonora compuesta por el gran James Horner, y
posee lo que para mí es lo esencial... Corazón, alma, sentimientos y reflexión.
La pena y el dolor, y el amor, y el miedo, y todo lo demás que
los humanos experimentamos, no dejan de llamarse del mismo modo y de
experimentarse igual por el simple hecho de no haber nacido humano. Si todo eso
se puede sentir... ¿Qué diferencia hay? Hasta ahora sólo nosotros en nuestro
planeta pasamos por todo ese enorme torrente de oleajes y alfilerazos que se
llaman sentimientos. ¿Y si otros seres alguna vez los poseyeran también? ¿Y si
creáramos seres capaces de poseerlos? ¿Y si otra especie animal evolucionase lo
suficiente? ¿Qué es lo que nos diferenciaría entonces? ¿El exterior?
Pongámonos en situación. Imaginemos a alguien como Andrew.
Es creado siendo una máquina, un robot androide que, por algún extraño derrotero
de sus circuitos, desarrolla una personalidad. Va tomando conciencia de su
individualidad. Y termina por descubrir que es único y que siente. Evoluciona y
madura. Y deja de sentirse como una máquina, porque ha dejado de serlo en algún
escalón de su sorprendente ascenso. Es decir, es el hecho de no desear ser
tachado de "máquina" lo que le da plena conciencia de que no lo es.
¿Y quién tiene razón?
Porque él va a buscar todos los medios posibles para que la
humanización de su espíritu vaya pareja con la humanización de su cuerpo.
Aunque él sabe que es una persona desde que un día percibió que lo era, también
tiene el anhelo de que el mundo se lo reconozca. No le basta con su propia
certeza, no le basta con la certeza de las personas a las que quiere. Necesita la
confirmación.
Y por ello va a dedicar todo su dinero y gran parte de su
tiempo (y su tiempo es todo lo largo que puede serlo el de un ente inmortal) a
transmitir su humanidad interior a su envoltorio externo.
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