"Me has decepcionado", "me siento decepcionado", esto es decepcionante", son las expresiones en que solemos usar este lexema tan culto, tan elegante, que apenas se entiende, o no se entiende como debiera. Y solemos añadir algo así como: "Has frustrado las esperanzas que tenía puestas en ti". En efecto, al usar el verbo decepcionar solemos cargar el peso de la culpa en el decepcionado, no en el decepcionador. Pero si hay un decepcionado, tiene que haber un decepcionador. Si hablásemos en lenguaje transparente, hablaríamos de engañar, que se entiende más claro; aunque probablemente volveríamos a suavizar la expresión diciendo "me siento engañado" en vez de "me has engañado"; en efecto, usamos el término decepción cuando se trata de expectativas, de promesas insinuadas, no de promesas hechas.
La decepción cuanto más adelante va, más fuerte y acongojante es la sensación de que no se trata sólo de un sentimiento, que para que esa sensación sea tan vívida, se necesita además que alguien tenga voluntad de engañarte, que haya alguien alimentando sin cesar esa sensación. Afortunadamente, sufrir decepciones sirven para quitarnos la venda y ver la claridad de la vida: Esa luz que nos guía y la chispa que nos mueve, aquello que nos impulsa a ser mejores personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario