Aunque siempre estamos aprendiendo, durante toda nuestra vida, no debemos olvidar que empezamos desde que tenemos uso de razón a asimilar comportamientos. Desde muy pequeños nuestros padres nos van inculcando los buenos modales, luego estas enseñanzas se van complementando con las que recibimos en el colegio, y luego poco a poco aprendemos lo que nos va enseñando la vida en sus distintas facetas. El saber estar, el saber utilizar unas determinadas habilidades sociales o el conocer un mínimo de protocolo, al menos, cuando no hay demasiada confianza es algo que denota la clase de un determinado individuo.
Ser un buen anfitrión, estar siempre al cuidado de las personas que llegan, para darles la bienvenida. Saludarles, y conversar unos minutos. Acordarte del nombre de la persona que te acaban de presentar, dirigirte siempre a la persona por su nombre, saber estar en la mesa, saber comportarse en lugares públicos, saber andar por la calle (derecha o izquierda) y dirigirte a personas no conocidas con respeto son fórmulas y conceptos que diferencian a unas personas educadas de otras con menos habilidades. De ahí surge el protocolo y la unificación de criterios ante situaciones determinadas. Yo pienso que hoy día no hay que exagerar en estos aspectos, simplemente saber estar y tener una forma de comportarse digna, los tiempos cambian y ya no es lo mismo la forma de dirigirse y contestar de un menor a un mayor en la actualidad con respecto a hace veinticinco años. No hay que llegar a términos de protocolo pero sí al menos de cortesía, es decir, la demostración mínima de afecto, atención y respeto hacia la persona que tratas. Si conseguimos que esto se mantenga de generación en generación habremos salvado algo importante pues otros conceptos se pierden irremisiblemente como el de civismo, sentimiento de nación, identidad familiar, responsabilidad de futuro y sobre todo el de justicia que al paso que vamos redundará en el lema del Lejano Oeste OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE.
Ser un buen anfitrión, estar siempre al cuidado de las personas que llegan, para darles la bienvenida. Saludarles, y conversar unos minutos. Acordarte del nombre de la persona que te acaban de presentar, dirigirte siempre a la persona por su nombre, saber estar en la mesa, saber comportarse en lugares públicos, saber andar por la calle (derecha o izquierda) y dirigirte a personas no conocidas con respeto son fórmulas y conceptos que diferencian a unas personas educadas de otras con menos habilidades. De ahí surge el protocolo y la unificación de criterios ante situaciones determinadas. Yo pienso que hoy día no hay que exagerar en estos aspectos, simplemente saber estar y tener una forma de comportarse digna, los tiempos cambian y ya no es lo mismo la forma de dirigirse y contestar de un menor a un mayor en la actualidad con respecto a hace veinticinco años. No hay que llegar a términos de protocolo pero sí al menos de cortesía, es decir, la demostración mínima de afecto, atención y respeto hacia la persona que tratas. Si conseguimos que esto se mantenga de generación en generación habremos salvado algo importante pues otros conceptos se pierden irremisiblemente como el de civismo, sentimiento de nación, identidad familiar, responsabilidad de futuro y sobre todo el de justicia que al paso que vamos redundará en el lema del Lejano Oeste OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE.
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